Parte 1: LOS
INICIOS.
Me siento bien.
Abro uno de los
cuatro cierres de mi maletín negro. El maletín, instrumento de trabajo, ya está
viejo, pero sus cierres están perfectos y no está en el horizonte des-usarlo.
El metal y el sonido de los cierres me caen bien.
Busco seis hojas
que sé que están ahí. Todas describen mis estados patológicos de ánimo desde
noviembre del año 2.008. Hace ya ocho años. En aquel noviembre no entendía qué
me pasaba. Era mi primera caída en una depresión mayor. Tenía 48 años.
De las seis hojas,
una es un calendario anual de cartón, color verdoso de la farmacia Santa Gema,
del año 2.008, abrochado a dos hojas de papel blanco, en una --dibujado a mano
con bolígrafo de tinta roja y abarcando toda la superficie de la hoja— está el calendario de noviembre, en la otra
el de diciembre. Cada día tiene, en letra muy chiquita sus anotaciones crípticas
y flechas hacia arriba y/o hacia abajo.
Parte 2: LA CAVERNA
NEGRA.
Leo en el
rectángulo del sábado 15 de noviembre de 2.008: “Vico Mza, me quedo. Pieza
Vico, cama Vico. Palmares. Colapso 1 a la vuelta”. Hay tres flechas hacia
abajo, remarcadas con el bolígrafo. Lo escrito está remarcado con un marcador
color amarillo y encerrado con un globo elipsoide rojo. Contenidos y formas
similares hay en “Colapso 2”, el sábado siguiente.
Día a día hay
flechas ascendentes y descendentes, hasta que el 16 de diciembre de 2.008, día
martes, hay un colapso total, bestial, abismal y brutal. Mal.
El episodio
depresivo es inmenso. No es una tristeza de gran tamaño, es un sinsentido
hegemónico. Es puro llanto desesperado. Es una nada oscura donde la voluntad no
avanza por lo pastoso de la ubicuidad. No hay deseos, no hay libido, no hay
respuesta a estímulo alguno. Las sábanas en la oscuridad son los aliados.
Dormir, dormir mucho es la única meta de un cierto bienestar. Entre lágrimas,
aturdimiento, falta de energía y desolación, decido buscar un Psicólogo. El
lunes 22 de diciembre de 2.008, a las veinte horas, tengo mi primera sesión. El
profesional lo saqué al azar del listado de mi Obra Social. Recuerdo la
vergüenza que sentí ante la chica administrativa cuando tuve que hacer
autorizar la orden. En realidad no recuerdo si quien autorizaba era una
administrativa o una Psicóloga.
Hoy no siento
vergüenza, la aceptación de la realidad actúa como un bálsamo.
Parte 3:
DESAFORADO.
Desde el domingo
anterior, el 21 de diciembre, tengo un tirón duradero de tres flechas hacia
arriba en el casillero de cada día. Entro, sin saberlo entonces, en un estado
de suave euforia (“manía”) que sube abruptamente en marzo de 2.009 hasta el
exacto día del 19 de octubre de 2.009, día en que el estado depresivo
aplastante retorna, superpuesto con un nivel alto de ansiedad como novedad.
Natural e ignorantemente,
abandoné todo tratamiento.
Fueron diez meses
de sensaciones espectaculares.
El estado maníaco
es de euforia, de hiperactividad, de una exquisita sensación de que no hay
obstáculo para lo que uno desee hacer o ser. La timidez en las relaciones
humanas desaparece, y muy en especial con las mujeres. Sentía que era Gardel
por las conquistas y Benedetti por lo que escribía; actividad –la de escribir
algo que no fuesen ecuaciones o proyectos de Ley--- que hacía por primera vez
en mi vida. Me sentía poeta. Las inhibiciones se esfuman, incluido el temor al
ridículo. Con cuatro horas de sueño al día alcanzaba. La creatividad sube
enormemente, lo que no implica que lo creado sea de buena calidad. La audacia
se transforma en temeridad, ningún riesgo se mide. A todos se los percibe como
timoratos, todos irritan si no asienten.
Parte 4: LÍNEA DEL
TIEMPO.
Del mismo total de
seis hojas, hay dos pegadas de manera tal de poder hacer una larga línea del
tiempo. Empieza en el año 2.006 y llega a la fecha, 2.017. Aquí los trazos son
con lápiz negro. Apenas resaltan en tinta roja los nombres de los seis Profesionales
por los que formalmente pasé. Un Psicólogo y cinco Psiquiatras. Y una Psicóloga
en una situación grupal muy sui géneris, que me ayudó no poco.
Esta línea del
tiempo resumida, me permite tener una visión de conjunto de mi evolución, de mi
propio conocimiento, de los Profesionales, de los abandonos de tratamientos, de
la medicación.
Han sido seis
valles de profunda y prolongada depresión mayor, y cinco picos de euforia alta
sin haber llegado nunca al delirio o a las alucinaciones. Valles y picos han
sido de meses de duración.
He ido subiendo a
una estabilidad (se dice estado “eutímico”) desde hace unos dos años, ya con el
mismo Profesional y la misma medicación. Y el mismo nuevo autoconocimiento. En
estos ocho años son los dos únicos de normalidad. Los seis previos estaba o elucubrando
sobre la muerte o cabalgando acelerado sobre las nubes, pasando de un estado a
otro derechamente, sin períodos de normalidad.
Ordeno las seis
hojas (hay una sexta de la que no di detalles), las doblo, las guardo en el
maletín que tanto me atrae; cierro el cierre, degusto su ruido. Y termino de releer el libro “Una mente
inquieta”, escrito por Kay Jamison, una Psicóloga especialista en bipolaridad,
quien es bipolar. Me es útil su lectura a medias, pues en el caso de ella la
fase maníaca le llegó a la psicosis, que no es mi caso. Hay pocas referencias a
la fase depresiva, la que fue dominante y más profunda en mi caso.
Hago todos los
preparativos para sorber mate, esa asquerosidad para los gringos.
Hago un pantallazo
visual de los seis papeles y de mi memoria. Son tantos los detalles sufridos,
gozados, vividos, que es imposible incluirlos en estas dos carillas. Sería para
un libro.
Hoy es domingo 22
de enero de 2.017.